Volví manejando con la imagen de cada recuerdo en mi cabeza, no quería que nada se escapara de mi memoria.
Me inicié en el primer nivel de Reiki y si bien tenía testimonios sobre la experiencia movilizante que podría resultar, no imaginé que iba a desestructurar de tal manera mis emociones, a simple vista expuestas pero internamente reservadas.
El encuentro que duró algo así como cuatro horas, entre risas y anécdotas, incursionamos en el mundo de esta práctica complementaria, donde la energía transforma las emociones hasta dejarnos desnudos frente a nosotros mismos.
Vivimos inmersos en un mundo racional, violento, apurado y extremo en todos sus matices, hoy paré la moto y me bajé. Y miré, y lo que vi me conmovió hasta los huesos. Hacía tiempo no lloraba tanto, detrás de la imagen de mujer maravilla, como muchas, escondo mi costado sensible y vulnerable. Hoy me encontré conmigo misma sin nada más que mis propios pensamientos.
Mientras la música suave sonaba, las palabras de mi guía habrían las puertas a una experiencia religiosa, casi sin darme cuenta estaba entregada al respiro lento y pausado, escuchando el latido de mi corazón. Y entonces vi las caritas de mis hijas al salir de la panza, chiquitas, sucias y llenas de vida. Ellas que tanto han crecido estaban de nuevo ahí, mirándome con la sabiduría que traen los bebés.
Casi sin darme cuenta estaba ella, mi mamá, pero era esa mujer que yo solía admirar, hermosa, impactante, alegre, irradiando el brillo que la caracterizaba. La vi jugando conmigo de chiquita, la vi sonriendo como ya casi no lo hace y me sentí su hija otra vez, me encontré con esa Ana que alguna vez fue pequeña jugando a ser mamá.
Aun emocionada por este reencuentro, la vi como es, en lo que se convirtió, la miré lentamente envejecer con el peso de los años que no quieren llegar, pero inexorablemente se avecinan sin tregua. Entonces el cielo se abrió, y una luz blanca extendía sus brazos para recibirla a ella, a ella y a mi que estaba caminando a su lado. Fue como soñar despierta, como haber viajado al cielo ida y vuelta en cuestión de segundos.
Le pedí perdón y la perdoné, le conté que mi alma estaba en paz y no había reproches. La abracé por haberme dado la vida, aún a costa de ella misma. Le agradecí el amor por libros, por las películas y la música.
Y me quedé en silencio con el latido de su corazón, mientras ella se iba en paz de la mano de una Virgen resplandeciente. Suspiré y abrí los ojos, como si hubiese estado en otra vida.
Gracias.